Es preciso reconocer que desde antaño me ha resultado más propicia la lectura de prosa en sus diferentes presentaciones, a la esquiva (para mi propio sentir) forma lírica. Pese a que de antemano me es claro que dentro de un acervo particular, la cantidad de volúmenes escrito en verso es significativamente menor a la novelas, cuentos o ensayos (la proporción puede resultar alarmante), no me causó poco asombro que no hubiera ni una sola obra de Rafael Alberti, salvo su presencia soslayada en un par de antologías (una de Antonio Ramoneda, y otra en la Antología Cátedra) y sí en cambio algunos de sus correligionarios compatriotas de la Generación del 27. Algo avergonzado por semejante oprobio, valga este ejercicio de apología a tal omisión.
EL MAR. LA MAR
A Juan Chabás
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
SALINERO
…Y ya estarán los esteros
rezumando azul de mar.
¡Dejadme ser, salineros,
granito del salinar!
¡Qué bien, a la madrugada,
correr en las vagonetas
llenas de nieve salada,
hacia las blancas casetas!
Dejo de ser marinero,
madre, por ser salinero.
SI GARCILASO VOLVIERA
yo sería su escudero;
que buen caballero era.
Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.
¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
que buen caballero era.
En este punto valga la aclaración que es sobre la lectura de "Persona normal" de Benito Taibo que surge la necesidad de buscar a Alberti. En uno de los pasajes del libro referido, el protagonista y su tío tienen contacto con un singular hombre de avanzada edad y precaria condición, que se asume como en el anterior poema, y el propio Alberti declaraba, escudero de Garcilaso de la Vega.
SI MI VOZ MURIERA EN TIERRA
A Adolfo Halffter
Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!
(De Marinero
en tierra, 1924)
UN FANTASMA RECORRE EUROPA
…Y las viejas familias cierran las ventanas,
afianzan las puertas,
y el padre corre a oscuras a los Bancos
y el pulso se le para en la Bolsa
y sueña por la noche con hogueras,
con ganados ardiendo,
que en vez de trigos tiene llamas,
en vez de granos, chispas,
cajas,
cajas de hierro llenas de pavesas.
¿Dónde estás,
dónde estás?
Los campesinos pasan pisando nuestra
sangre.
¿Qué es esto?
- Cerremos,
cerremos pronto las fronteras.
Vedlo avanzar deprisa en el viento del
Este,
de las estepas rojas del hambre.
Que su voz no la oigan los obreros,
que su silbido no penetre en las
fábricas,
que no divisen su hoz alzada los hombres
de los campos.
¡Detenedle!
Porque salta los mares,
recorriendo toda la geografía,
porque se esconde en las bodegas de los
barcos
y habla a los fogoneros
y los saca tiznados a cubierta,
y hace que el odio y la miseria se
subleven
y se levanten las tripulaciones.
¡Cerrad,
cerrad las cárceles!
Su voz se estrellará contra los muros.
¿Qué es esto?
- Pero nosotros lo seguimos,
lo hacemos descender del viento del Este
que lo trae,
le preguntamos por las estepas rojas de
la paz y del triunfo,
lo sentamos a la mesa del campesino
pobre,
presentándolo al dueño de la fábrica,
haciéndolo presidir las huelgas y manifestaciones,
hablar con los soldados y los marineros,
ver en las oficinas a los pequeños
empleados
y alzar el puño a gritos en los
Parlamentos del oro y de la sangre.
Un fantasma recorre Europa,
el mundo.
Nosotros le llamamos camarada.
(De Un
fantasma recorre Europa, 1933)
EL PRISIONERO
1
que salga el prisionero a la calle.
EL CUERPO DESHABITADO
Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.
- Vete.
Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.
- Vete.
Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.
Se fue.
Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.
2
Que cuatro sombras malas
te sacaron en hombros,
muerta.
De mi corazón, muerta,
perforando tus ojos
largas púas de encono
y olvido.
De olvido,
sin posible retorno.
Muerta.
Y entraste tú de pie,
bella.
Entraste tú, y ahora,
por los cielos peores,
tendida,
fea,
sola.
Tú.
Sola entre cuatro sombras.
Muerta.
3
¿Quién sacude en mi almohada
reinados de yel y sangre,
cielos de azufre,
mares de vinagre?
¿Qué voz difunta los manda?
Contra mí, mundos enteros,
contra mí, dormido,
maniatado,
indefenso.
Nieblas de a pie y a caballo,
nieblas regidas
por humos que yo conozco
en mí enterrados,
van a borrarme.
Y se derrumban murallas,
los fuertes de las ciudades
que me velaban.
Y se derrumban las torres,
las empinadas
centinelas de mi sueño.
Y el viento,
la tierra,
la noche.
4
Tú. Yo. (Luna.) Al estanque.
Brazos verdes y sombras
te apretaban el talle.
Recuerdo. No recuerdo.
¡Ah, sí! Pasaba un traje
deshabitado, hueco,
cal muerta, entre los árboles.
Yo seguía… Dos voces
me dijeron que a nadie.
5
Dándose contra los quicios,
contra los árboles.
La luz no le ve, ni el viento,
ni los cristales.
Ya, ni los cristales.
No conoce las ciudades.
No las recuerda.
Va muerto.
Muerto, de pie, por las calles.
No le preguntéis. ¡Prendedle!
No, dejadle.
Sin ojos, sin voz, sin sombra.
Ya, sin sombra.
Invisible para el mundo,
para nadie.
6
I
Llevaba una ciudad dentro.
La perdió.
Le perdieron.
Solo, en el filo del mundo,
clavado ya, de yeso.
No es un hombre, es un boquete
de humedad, negro,
por el que no se ve nada.
Grito.
¡Nada!
Un boquete, sin eco.
7
II
Llevaba una ciudad dentro.
Y la perdió sin combate.
Y le perdieron.
Sombras vienen a llorarla,
a llorarle.
- Tú, caída,
tú, derribada,
tú,
la mejor de las ciudades.
Y tú, muerto,
tú, una cueva,
un pozo tú, seco.
Te dormiste.
Y ángeles turbios, coléricos,
la carbonizaron.
Te carbonizaron tu sueño.
Y ángeles turbios, coléricos,
carbonizaron tu alma,
tu cuerpo.
8
(VISITA)
Humo. Niebla. Sin forma,
saliste de mi cuerpo,
funda vacía, sola.
Sin herir los fanales
nocturnos de la alcoba,
por la ciudad del aire.
De la mano del yelo,
las deslumbradas calles,
humo, niebla, te vieron.
Y hundirte en la velada,
fría luz en silencio
de una oculta ventana.
(De Sobre los ángeles, 1928)
LO QUE DEJÉ POR TI
G G. Belli
Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.
Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.
Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.
Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.
(De Roma, peligro para caminantes, 1967)