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Teddy metió la pata...

martes, 13 de octubre de 2020

El nombre de la rosa. Umberto Eco


                 


 
Los hombres de antes eran grandes y hermosos (ahora son niños y enanos), pero  ésta es 
sólo una de las muchas pruebas del estado lamentable en que se encuentra este mundo 
 caduco. La juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia está en decadencia, el mundo 
marcha patas arriba, los ciegos guían a otros ciegos y los despeñan en los abismos, los pájaros  
 se arrojan antes de haber echado a volar, el asno toca la lira, los bueyes bailan, María ya no 
ama la vida activa, Lea es estéril, Raquel está llena de lascivia, Catón frecuenta los lupanares,
Lucrecio se convierte en mujer. Todo está descarriado. Demos gracias a Dios de que en aquella
época mi maestro supiera infundirme el deseo de aprender y el sentido de la recta vía, que no
se pierde por tortuoso que sea el sendero.


Acorde a estos momentos de pandemia, el retrato vívido de individuos que buscan la reclusión por iniciativa propia en busca de ¿revelación mística? ¿expiación? Al amparo de su fe y del recogimiento, buscan algo de iluminación y conocimiento, pero terminan sucumbiendo a las mismas pasiones que el común de los hombres.

El primer acercamiento que tuve con esta obra fue a temprana edad, casi adolescente, en la forma de la película interpretada por Sir Sean Connery (hoy retirado de la actuación) como Guillermo de Baskerville y Christian Slater interpretando a su aprendiz Adso de Melk. El reparto incluía muchos otros rostros y nombres que serían relevantes para mí mucho después (Michael Lonsdale, Elya Baskin, Helmut Qualtinger, Murray Abraham, etc.) así como a un polifacético Ron Perlman, ¿qué papel no ha desempeñado Ron Perlman?, encasillado frecuentemente dentro dY el monstruo, el deforme, el singular actor ha variado de los escenarios espaciales a las míticas fortalezas medievales, de traficante, pirata, guerrero y demás incluyó la puesta en escena de Salvatore, el paria que encontró cobijo en diversas órdenes monacales y construyó una imperfecta y rudimentaria compilación de lenguaje y fe para profesar, más apegada a sus necesidades veniales que al fervor místico pero quizá por ello más sincera.

Y hablando de sinceridad, he de confesar que en aquella vez lo más que atrajo mi atención fue el furtivo encuentro de la joven campesina con Adso en la penumbra de la cocina. La noción del libro prohibido como símbolo del temor al conocimiento y su divulgación entre los simples mortales me pasó casi de largo a excepción del detalle de las páginas envenenadas. Hoy más maduro (simulo) y con más acervo de fondo me inquieta la posibilidad de la existencia de ese mítico manuscrito de Aristóteles, que al igual de buena parte de su producción y de muchos otros pensadores del mundo antiguo (no exclusivamente griegos) me acercó a la desesperación de Guillermo y demás monjes ante el voraz incendio de la biblioteca. Como una imagen más para completar el apocalipsis descrito en los manuscritos y muros de la abadía, las llamas devoraban el cúmulo de conocimiento a imagen del hombre y volvía, volutas de humo y cenizas volantes. Al final, sólo la fragilidad es constante. 

Queda al final sólo desamparo y pérdida. A diferencia de la novela, la versión fílmica (hasta donde recuerdo) hace un esbozo de final feliz con Guillermo y Adso abandonando la abadía con algunos manuscritos ocultos en sus alforjas. No todo se ha perdido. La postura original de Eco, es la diáspora de los monjes sobrevivientes con lo poco que puedan rescatar de los bienes materiales de la otrora rica abadía: unas prendas, un animal de carga, sus propia vida. Guillermo y Adso viajan un breve tiempo juntos para separarse y no volver a verse nunca. El relato resulta ser las memorias de un Adso en el ocaso de su vida, postrero homenaje a quién concibió como su maestro y guía. ´

Si has llegado hasta estas líneas, hubiera querido recompensarte con el excelente análisis que halle en las veleidosas tramas del internet, mismo que por su complejidad y buen sentido me motivaron a renunciar a una competencia de antemano perdida y recaló en una vivencia más personal de dicha obra. Lamentablemente, no fui lo suficiente previsor y me adentré en el laberinto sin hilo ni lámpara que me orientara, y lo he perdido. Triste consuelo sea sugerirte si es posible a la película mencionada, la reciente versión en serie como propuesta a considerar, y por supuesto, el manuscrito original, que podamos disfrutar sin riesgo a terminar con la lengua ennegrecida...